Por el valor etnológico y estético de este tipo de construcciones, y buscando su conservación, no son pocos los territorios que han empezado a protegerlas. En Aragón, desde el año 2002 tiene declarada la piedra seca de La Iglesuela del Cid (este pueblo cuenta con un sendero circular señalizado como PR-TE 70, en el que en poco más de dos horas se puede admirar al menos un ejemplo de cada uno de los diferentes tipos de construcción realizados con esta técnica: paredones, pasos, caminos empedrados, abrevaderos, pozos, fuentes, balsas, bancales y cabañas) como Bien de Interés Cultural, y en 2016 declaró las construcciones en piedra seca de la comunidad Bien Catalogado Inmaterial.
En noviembre de 2018, la UNESCO incluyó en su lista de elementos constitutivos del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad las construcciones hechas con “la piedra seca”, o sea, las que solamente tienen piedras en su estructura, sin ningún tipo de argamasa o sostenes ajenos a ella. Fueron declaradas patrimonio todas las existentes en zonas rurales de Croacia, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Eslovenia, España y Suiza. En España, solamente se atendió a las existentes en estas comunidades: Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Cataluña, Extremadura, Galicia y Valencia.
Lo cierto es que aquí, entre nosotros, prácticamente nadie, a excepción de algunos estudiosos, se ha preocupado de darle la importancia que tienen a estas construcciones de piedra seca. No tienen defensa reglamentada, y de hecho, sabemos que en los últimos años (las décadas del progreso y el avance social) se han destruido a cientos, se las ha hecho desaparecer sin que nadie protestara de ello.
Unas arrasadas por tractores y palas mecánicas, porque estorbaban para la explotación de superficies. Otras, saqueadas en sus mejores piedras para usarlas en chalets, y muchas destruidas, sin más. Quien tal hacía, estaba destruyendo una parte importante de la memoria colectiva y patrimonial de nuestra tierra.
Fotografía donde se aprecia el desplome de la parte alta de la Bóveda. Tengamos en cuenta que, siendo testigos de la manera de vivir y trabajar en comunidades, con frecuencia de difícil subsistencia, las construcciones en piedra seca, que conforman paisajes antrópicos adaptados e integrados en el entorno, a su gran valor etnológico añaden un atractivo turístico que no debemos despreciar.
Con brevedad debo decir algunas generalidades de la arquitectura de la piedra seca. Es este un patrimonio muy singular que posee un valor superior al real, porque es de carácter comunitario y de una gran durabilidad. La arquitectura de la piedra seca es un elemento integrante de ese paisaje de nuestro entorno, que nos permite tener la percepción o imagen del territorio que nos rodea.
La técnica de la piedra seca es de origen tradicional y consistente en hacer edificios y estructuras con solamente piedra, sin utilizar ningún tipo de argamasa. Desde la revolución humana del Neolítico, cuando el hombre pasó de ser cazador al sedentarismo de la agricultura y la ganadería, se están haciendo estos edificios. Esta es la evidencia de su importancia: su antigüedad. Y su utilidad siempre. Y su belleza…
La piedra seca es una tradición constructiva extendida por el mediterráneo. Estas cabañas eran construcciones auxiliares de los agricultores, canteros, ganaderos incluso servían y sirven de refugios ante las tormentas a toda persona que lo necesitara y frecuentara las tierras de la zona. La piedra se colocaba en seco, sin mortero o material de unión. Esta arquitectura está plenamente integrada en su medio, aprovechando los recursos y materiales que se encuentran. Tenían la función de ser cubierta de herramientas y animales de tiro.
Estas estructuras no hacen daño al medio ambiente y son "un ejemplo de relación equilibrada entre el ser humano y la naturaleza", según la Unesco. Además de servir en la prevención de desastres naturales, también contribuyen a luchar contra la erosión y desertificación, a mejorar la biodiversidad y a crear condiciones micro climáticas propicias para la agricultura.
Las piedras, cuidadosamente seleccionadas, se empleaban incluso para realizar las cubiertas. Las grandes losas eran utilizadas en esquinas y puertas. Sus cámaras no pueden mantenerse por mucho tiempo al menos que se cubran con una masa de tierra que haga peso e impida su desplazamiento. Cuando la erosión elimina este aporte adicional de tierra, se produce su colapso.
Los humanos que empleaban esta técnica tuvieron que esforzarse considerablemente en adaptar cada piedra al resultado deseado, aunque en Épila se aprovechaba mucho los "desperdicios" que no se querían en las Canteras de la Villa. Una técnica que desde la mas remota antigüedad ha acompañado al hombre, y que por el abandono de la agricultura y ganadería tradicional, la desertización del campo, la “debilidad” de sus construcciones, y la ruptura de una tradición y técnica que ha venido pasando de generación en generación, corre serio peligro de desaparecer si no se valora y protege.
Solo la piedra, la imaginación y el esfuerzo dieron como resultado esta técnica que afortunadamente aún ha llegado hasta nuestros días pero si no hacemos nada desaparecerá para SIEMPRE...! Podemos decir que, en este tema, el hombre ha hecho de la necesidad virtud. En laderas de imposible agricultura y/o terrenos pedregosos, con la piedra que extraía del suelo para obtener terreno cultivable, levantaba muros, aterrazaba suelos, o construía cabañas en las que descansar y protegerse de los elementos atmosféricos, permitiéndole incrementar las superficies de cultivo y facilitar su subsistencia utilizando los recursos que le ofrecía un entorno hostil.
La piedra en seco era utilizada "para todo", no solamente para la construcción de hábitats humanos o ganaderos, sino también para la construcción de difíciles muros de contención, elementos para guardar y conservar los frutos del bosque, linderos de fincas y un sinfín de etcéteras.
Si bien lo que ha llegado hasta nosotros utilizado en la agricultura o ganadería no va más allá del siglo XIX o XVIII, las cabañas de falsa cúpula y piedra seca, levantadas con materiales procedentes de otras anteriores situadas en la misma finca, tienen su origen en una tradición que, según André Varagnac (“Do caçador ao Camponés”, en “O Homen antes da escrita”, 1963) se remonta a la cultura mesopotámica de Arpachiya (IV milenio a. C.), antecesora de los tholos del Tesoro de Atreo (Chipre, siglo XIII a. C.) y del Romeral de Antequera (Málaga, 3800 años a. C.). Construcciones que, junto con dólmenes, crónlech y menhires, son una muestra del sentimiento espiritual de quienes los levantaron.
Estas líneas son gritos sordos para tratar de impedir que este Arte no desaparezca para siempre he intentar darle una solución digna para nuestro patrimonio.
Estas fotografías realizadas el 09 de Agosto 2022 muestran una realidad cruda pero realidad...
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