En varias de Nuestras calles si alzamos la vista podremos encontrarnos con "otras Muestras" de la Historia de la Villa. Las gárgolas no son más que un sistema para canalizar el agua de lluvia y expulsarla a cierta distancia del edificio para que no dañara la piedra, o el mortero con que se unían los bloques nada más prosaico.
Por lo visto fue durante la Edad Media, una época en la que la mayoría de los ciudadanos no tenía acceso a la educación, cuando las gárgolas fueron aprovechadas para enviar un mensaje visual. Los patrocinadores de las grandes catedrales querían que la gente creyera que las figuras amenazantes las protegían de los malos espíritus, esto es, que la Catedral era un lugar seguro y debían acudir a ella lo más frecuentemente posible.
No a todos los curas les gustaba la idea de colocar criaturas inexistentes en las iglesias, pero a juzgar por la expansión del catolicismo y su poder en la Europa medieval, a la mayoría no les molestaba. Como suele suceder en estos casos, las gárgolas tienen una leyenda y hay una en Francia que “explica” su origen, o al menos el de su nombre.
Se supone que una especie de dragón, con sus alas y fuego por la boca, aterrorizaba a los viajeros que transitaban por un camino.
Un tal San Romano, a la sazón arzobispo de la ciudad, persiguió al monstruo, llamado Gargouille (que proviene del latín gargula, garganta), lo capturó y lo llevó de vuelta a Rouen para quemarlo. Como el cuello y la garganta del tremebundo ser estaban templados por el fuego, no pudo ser quemado, así que San Romano decidió colgarlo de una de las esquinas de la catedral, como advertencia a los malos, muy malos espíritus. Ahora bien, no todas las figuras que vemos en las catedrales son gárgolas propiamente dichas. Si son sólo ornamentos y no desagües, se les llama quimeras o grotescas, y en este caso sólo servían para atemorizar.
Al final, la tecnología dio al traste con el arte de las gárgolas. Hacia principios del siglo XVIII, la invención del canalón sustituyó a las gárgolas, y no tanto porque fueran aterradoras, sino porque representaban un peligro para la población cuando se rompían debido a su peso y forma y caían sobre los indefensos transeúntes. A partir de entonces, pocas serían construidas, y las que quedaron, que son muchas, han servido para inspirar cuentos fantasiosos como el Jorobado de Notre Dame y películas de Disney. Aterradoras o prácticas, las gárgolas están ahí, y son historia.
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